Entonces regresé a la fuente [la oralidad de la poesía] con herramientas: lápices, frascos y lentes; zapatos para andar bosques y desiertos; plataformas sonoras.
Así, concibo la poesía como una entidad que muta según el momento o la necesidad: caligráfica, matérica, sonora, táctil o de actos y voces evanescentes.
Navego entre sonidos tamizados [no sólo el sonido de palabras, sino de atmósferas resultantes al tipear letras con equivalencias en archivos de sonidos].
Ya voy a capturar cuerpos o imágenes, al barro, a las resinas, a los actos rituales y a lo que llamo poemas sonoros.
Vuelvo, como niña, al asombro del mundo.